De buenas a primeras, tu ciprés empieza a secarse, o un ejemplar de arizónica de tu seto se vuelve marrón… ¡Aumentar el riego no es la solución! Es probable que el origen del problema sea precisamente el exceso de agua, la condición propicia para que, además, un patógeno encuentre su oportunidad para atacar la raíz o el tronco y las ramas. Aquí te contamos cómo abordar el problema.
Amarronamiento de las coníferas es el nombre que reciben los síntomas de desecación parcial o total de estas plantas. Suele producirse especialmente en los cipreses, sobre todo Cupressus macrocarpa y Cupressus sempervirens (ciprés común), Cupressus x leylandii (ciprés de Leyland), los setos de arizónica (Cupressus arizonica), pero también en el falso ciprés de Lawson (Chamaecyparis lawsoniana), Cryptomeria japonica, tuyas(Thuja), juníperos (Juniperus), abetos (Abies y Picea) y pinos(Pinus). Coníferas en general.
A la perniciosa falta de oxígeno a nivel de las raíces se suele sumar el ataque oportunista de agentes biológicos a los que precisamente favorecen los terrenos encharcados.
El pernicioso encharcamiento
Esa desecación suele producirse en un altísimo porcentaje a causa del encharcamiento del sustrato, ya sea por exceso de riego, mal drenaje, un suelo poco poroso, demasiado pesado o arcilloso, o simplemente un hoyo de plantación mal realizado. La consecuencia: el agua llena los poros del sustrato que debería ocupar el aire y las raíces se quedan pronto sin oxígeno. Al aumentar el dióxido de carbono en el entorno radicular se desencadena una serie de reacciones químicas que provocan una pérdida de permeabilidad en las membranas de las raíces. Cuando esto ocurre, la planta empieza a tener dificultades para absorber agua y nutrientes y el follaje comienza a amarillear.
La acción de los agentes biológicos
A la perniciosa falta de oxígeno a nivel de las raíces se suele sumar el ataque oportunista de agentes biológicos a los que precisamente favorecen los terrenos encharcados. Es el caso de laPhytophthora cinnamomi, un microorganismo (Oomiceto) que comienza por atacar las raíces secundarias, encargadas de absorber el agua y los nutrientes, provocando su pudrición; luego invade las raíces primarias o estructurales, y finalmente afecta a la base del tronco. La infección se extiende pronto a las plantas vecinas. Las primeras manifestaciones del ataque son el marchitamiento del follaje, que amarillea y luego se seca. Las raíces se pudren y oscurecen.
Un hongo que ataca la parte aérea
Otro patógeno que aprovecha la debilidad de la planta para atacarla es el hongo Seiridium cardinale, que afecta al tronco y las ramas. Las esporas aprovechan cualquier herida en la corteza para infectar al ejemplar; en la zona atacada se produce una herida rojiza, un chancro por encima del cual la rama toma una coloración amarronada y se seca. Esas heridas se pueden rebañar mediante una cuchilla muy afilada, para luego cubrir la zona con una pasta desinfectante y cicatrizante; las ramas secas se deben podar, ya que son irrecuperables. La aplicación del fungicida adecuado permitirá prevenir y controlar la enfermedad en el ejemplar afectado y sus vecinos. Tanto la Phytopthora cinnamomi como el Seiridium cardinale pueden atacar también sin necesidad de que haya exceso de agua en el sustrato.
LAS SOLUCIONES
• Eliminar el problema del encharcamiento. Controlar el riego, tanto su dotación (cantidad de agua) como frecuencia, es esencial para impedir la acumulación de agua en el suelo; asimismo, en el caso de setos regados por goteo conviene evitar que la línea de goteros moje el tronco (deberían colocarse a unos 20 centímetros). Las coníferas más sensibles al exceso de agua no necesitan mucho riego, y solo deberían regarse cuando verdaderamente sea necesario. A las coníferas y setos los afecta negativamente la proximidad a las áreas de césped, que tiene alta necesidad de riego.
• Asegurar la aireación del sustrato. Al plantar las coníferas es clave asegurar un buen drenaje del hoyo de plantación, o de toda la zona si se trata de un seto, y mejorar la textura del suelo entrecavándolo para acrecentar la porosidad, que permitirá un intercambio gaseoso correcto. Si el terreno es excesivamente pesado o se suele acumular agua en él de forma natural es preferible no plantar allí coníferas, que requieren suelos profundos, de textura franca.
• Respetar el marco de plantación, sobre todo en los setos (a la hora de plantar es obligado tener en cuenta el tamaño que alcanzan las plantas en su fase adulta), es otro imperativo para evitar la colmatación de las raíces y su asfixia.
• Entrecavar. Si se trata de una plantación ya establecida es importante hacer entrecavas para airear el terreno. A las coníferas en general las beneficia contar con alcorques amplios o arriates cercanos que permitan la correcta aireación del sistema radicular.
• Proporcionar una fertilización equilibrada. Recurrir a la aplicación de abonos foliares, de alto contenido en nitrógeno y aminoácidos asimilables por la planta a través del follaje, produce un efecto reverdeciente muy rápido. Sin embargo, no resuelve el problema de fondo, que es la presencia de un patógeno o el exceso de agua en el sustrato.
• Aplicar un fungicida. La efectividad del fitosanitario dependerá de un diagnóstico acertado. Enviar muestras a un laboratorio especializado te permitirá actuar en consecuencia. Los centros de jardinería recomiendan aplicar un tratamiento preventivo y curativo con un fungicida contra la Phytophthora en abril-mayo, julio y septiembre.
Nuestro agradecimiento a Daniel Palmero, director del Laboratorio de Protección Vegetal de la E.U.I.T. Agrícola de la Universidad Politécnica de Madrid, por su colaboración y supervisión de este artículo.